El nunca nos exige mucho: agua caliente, el cuenco más o menos pequeño, una bombilla y la yerba. Nada tan merecido, entonces, que tuviera un día para él solito, aunque en verdad sea nuestro amigo de todas las horas y todos los días. Y desde 2015 le dimos ese día a través de la Ley 27.117/15: el 30 de noviembre de cada año nuestro querido mate merece ser honrado como corresponde, con unas cuantas cebadas especiales.
Se debe a la conmemoración del nacimiento del comandante guaraní Andresito Guacurarí y Artigas (1778-1821), adoptado como hijo por el caudillo rioplatense José Gervasio de Artigas, quien lo autorizó a llevar su apellido. En la época de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el comandante Andresito, como se lo conocía desde el afecto popular, fue uno de los primeros caudillos federales y gobernador entre 1815 y 1819 de la Provincia Grande de las Misiones, zona matera por excelencia.
Lo sepamos o no, el mate tiene su lenguaje propio y hasta una especie de “protocolo”: el cebador debe tomar los dos primeros, y luego pasarlo a la ronda en sentido de las agujas. Cuando uno de los participantes dice “gracias” al entregarlo al cebador, quiere decir que se retira del circuito, y que ése fue el último mate para él. Aunque es muy común que, como el dueño de la pelota, el que pone el termo y el mate es quien dispone del orden, que suele ser más caótico y entrecortado cuando la mateada se produce en una oficina o en un ámbito laboral.
